Por: Rafael Tejeda de Luna
Este viernes 8 de marzo se conmemora (no se
festeja), el día Internacional de la mujer, llevándose a cabo un sinfín de
actividades que recuerdan las luchas sociales, políticas, económicas e
intelectuales realizadas por la inclusión de género.
Por eso, me parece un buen momento para hablar
del exceso de acuñar femeninos a palabras que no les corresponde,
principalmente desde una intencionalidad política.
Ejemplos hay muchos, por el lado de los
vigilantes a ultranza de la lengua, estos señalarán que se dice y escribe
“mano” y no "mana", y que el artículo debe señalar el genero en
palabras como “rana” y no decir “rano”; por el otro lado, los defensores del
lenguaje incluyente indicarán que es correcto decir, que en la historia han existido
“sultanas” y “sultanes”, no así “sultanos”, mismo caso que las “diosas” y “dioses”
y no diosos, y que la razón principal de no querer ser inclusivos en el
lenguaje es el miedo y culpa de un sistema machista y patriarcal.
La realidad es que
hay ignorancia en cuanto a la lengua - norma - habla que es la triada angular del
lenguaje. Y esto hay que verlo filológicamente desde dos perspectivas,
las cuales nos permiten ver los nuevos pares de género en un término.
Primera perspectiva, desde
la norma, que nos indica el conjunto de reglas aceptadas como correctas; segunda
perspectiva, desde el uso, que es la forma real de hablar de las personas, en
otras palabras es llevar a la practica la norma cada vez que se habla.
Estos dos enfoques
constantemente están en conflicto entre los lingüistas, algunos defienden
preservar la pureza del lenguaje y otros sustentan que el lenguaje está en
constante evolución.
En realidad el uso en
el habla cotidiana termina por convertirse en norma con expresiones,
significados populares y conocidos o estructuras que antes no se reconocían, al
final la Real Academia de la Lengua Española terminó por aceptar palabras como “jueza”, “clienta”,
“dependienta” o “presidenta”, es decir, el uso de la lengua acaba determinando si
prevalece una forma o desaparece con el tiempo; da igual lo que se intente
imponer artificialmente por grupos políticos, feministas o de diversidad de
géneros.
Es cuestión de tiempo,
guste o no a los puristas del lenguaje (entre ellos a un grupo de amigos con los que desayuno carnitas los jueves), que un uso se pueda extender aunque
vaya contra una norma, más aún cuantas más mujeres desempeñen acciones de
ciertos oficios. Aunque esto no pasará si la palabra causa confusión, es difícil
de pronunciar o suena con cacofonía para una población, pues la facilidad en el
habla es lo que predomina (popularmente se diría para ahorrar saliva). Entiéndase para este caso por cacofonía el efecto
acústico desagradable que resulta de la combinación de sonidos poco armónicos ,un
ejemplo de esto puede ser “magistrade”, "coronela" o “hablanta”, entre otros muchos.
En lo personal, estoy
en contra de las imposiciones del lenguaje, por ser política y socialmente
correctos para agradar a un grupo determinado, y coincido que el uso normativo
de la lengua acabe ampliando las acepciones femeninas, pero de forma natural,
conste, reitero que de forma natural dejando que fluya como el agua en un rio, no
impuesta, y menos si es con intenciones de sesgo político.
Nota: Dibujo al inicio del escrito del pintor Bernardo Augusto Tejeda Calzada.
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